Quemar la verdad. Encenderla
Hay temas universales que nos atañen en todas las épocas y circunstancias. Es en la manera de abordarlos donde cada una encuentra su punto de vista generando un diálogo con el momento y escenario en el que se inserta.
En el teatro hemos visto pasar miles de reproducciones de trozos de “la vida real” que sirven como espejo de sus contemporáneas/os. Estas aproximaciones han de cuestionarse y renovarse a sí mismas para evolucionar tanto ética como estéticamente junto al contexto del que se inspiran.
En Iván Morales y sus creaciones se vislumbra la materia prima que le nutre. Es un artista que traza líneas entre los terrenos en los que se mueve: fanzines, literatura, cine, teatro, cómic, música… y lo hace para hablarnos, desde los lenguajes que maneja como autor, actor y director de escena, de asuntos vertebrales: los vínculos, el amor y el desamor, mientras abre ventanas temáticas implícitas en ellos como el paso del tiempo, el miedo, la política, la inmigración, la precariedad, las desilusiones y otros muchos derivados de lo que parece ser lo más importante: las interrelaciones.
Es en la línea que une los nodos, en el puente invisible que se teje entre un personaje y otro, en el espacio intermedio entre un momento de crisis y otro de lucidez, donde los textos a borbotones de sus protagonistas revelan el universo emocional que contienen atrapándonos como espectadores que han sido descubiertos en el reflejo de la lucha doméstica por entender lo que nos mueve y conmueve.
Morales cuenta con una mirada permeable y afín al underground, no solo local, sino como premisa de vida. La diferencia en que esto se convierta en fachada o que sea la vara con la que mides lo que eliges vivir, es el compromiso que sostienes vigente con una manera de hacer. Esto ha ido acentuando en él una voz que le caracteriza al evocar diferentes realidades que conviven en los universos que lleva a escena.
Sus obras son ejercicios de dialéctica poética, donde nos invita a mirar por una grieta espacios de honesta intimidad. Tiene la delicadeza y arrojo de entrar sin tapujos en las zonas oscuras de las relaciones, sin el drama ni las catástrofes propias del mito, sino con la veracidad compleja de lo cotidiano, con las contradicciones innatas de lo humano, lo vivo.
En las obras que he visto de su autoría: Sé de un lugar, Desayuna conmigo, La calavera de Connemara, Instrumental y Heroïnes o res, existen varios denominadores comunes: por un lado su manera de concebir las puestas en escena suelen ser muy claras, maduras, en buena relación con los artificios de la ficción, a la vez que procura transgredirlos, integrando la infraestructura del teatro como parte del juego, y por otro –y yendo más allá de la obra en sí misma– es evidente que sabe generar equipos de trabajo con complicidades de larga duración. Cuenta con actores y actrices en repetidas ocasiones para diferentes montajes y a lo largo de más de una década como director, revelando que no solo se trata de encontrar sinergias fugaces sino de trabajar en sintonía. El hecho de reincidir con sus colaboradoras/es, procura la coherencia en el delicado espacio de la creación.
Sé de un lugar ha sido, de alguna manera, la inolvidable carta de presentación de Iván como director, en la que marcó su propio listón de premisas. Sus textos denotan una retórica inteligente, flexible y actualizada, en la que mezcla acentos e idiomas con naturalidad; su palabra es concisa, tan lacerante como dulce, y hay en la escena, gracias a un agudo trabajo de dirección de actores/actrices, silencios habitados y potenciales que, como en la música, sostiene su poder en lo que late entre una nota y otra.
En Heroïnes o res, su última creación, existe un reclamo urgente, una necesidad de señalar y pronunciar. Visibiliza a una juventud enfadada que no quiere dejarse domesticar. Lo hace nada más y nada menos que amparado por la producción del Teatro Nacional de Catalunya, lo cual convierte al proyecto en una dicotomía en sí misma.
La campaña de difusión que confabularon marcó claramente un discurso que desde una lúdica perspicacia sostiene aquello que denuncia, ya que lo revela como un acontecimiento que no se limita a la hora y pico de espectáculo sino a todo lo que le implica y rodea. Esta obra, dirigida mano a mano con David Climent, fue escrita y reescrita durante su proceso de creación como un texto vivo que se deja afectar por quienes lo habitan.
Unos jóvenes toman un espacio público, lo ocupan, lo cuestionan y le cambian el sentido para poder articular su posicionamiento en una adolescencia que, lejos de la demagogia, necesita reconocer sus limitaciones, utilizarlas como punto de partida y no como frontera.
Morales toma la sala Tallers con una dramaturgia compleja que plasma la historia de un grupo de amigues que tienen la intención de quemar el teatro desde dentro con una apuesta incendiaria, tomando (y cargándose a la vez) al Cyrano de Bergerac como pretexto para reunirse, ensayar y darlo todo mientras escalan en sus propios miedos y derroteros.
Todo esto entre globos con forma de tiburones en un escenario aparentemente desnudo que es intervenido por el excelente y sensible trabajo de Judit Colomer a cargo de la iluminación y escenografía, con unos versátiles elementos que funcionan como mobiliario contextualizando cada escena gracias a la manipulación de las mismas que lo van transformando como signo. La creación musical de Jordi Busquets cobra relevancia con un espacio sonoro que amalgama las escenas acompañando todos los terrenos en los que se mete el equipo (interpretativamente hablando). Se aprecia un gran trabajo de composición y movimiento a cargo de David Climent evocando un tipo fisicalidad muy específico. Climent como codirector, es también recurrente colaborador de Morales imprimiendo su particular huella en cómo se desplazan y expresan como cuerpos y como colectivo en escena.
Los globos/tiburón parodian lo “inofensivo” que desea trascenderse a sí mismo. Me hacen pensar en algo naïf, ligero, que necesita ser sujetado, como la adolescencia, en su frágil condición de entidad que se escapa, de tiempo que se escabulle. El binomio que presenta la obra es el punto de encuentro –o bifurcación– entre esa infancia que ya no es y las nuevas preocupaciones y reivindicaciones imprescindibles en el hacerse mayores. A estos personajes les dan vida un grupo mixto, no binario e interracial protagonizados por Pau Escobar, Tai Fati, Àrid Soldevila y Emma Clarke. Bruno Bergonzini aparece entre ellos como un mago que, sin esperarlo, acaba moderando y activando la fuerza de los ideales a los que los jóvenes apelan.
Didac, el paradigmático personaje que encarna Bruno, sugiere al grupo que para encontrar su verdad a la hora de actuar acudan a la herida primigenia, con lo que la escena se tiñe de la característica cualidad intimista de las piezas de Iván. Nos llevan al conflicto, a las dudas, al rincón familiar desde el que emergen las reticencias que como individuos comienzan a identificar y que les acompañará como reto en la inevitable maduración.
La herida como tesoro, como puente.
Y hablando de puentes, en algunos momentos, acudían a un gesto que lo retrata por antonomasia: para que Didac pudiera desplazarse, se apoyaba en los hombros de una y otra intérprete, generando una amable red de soporte para algo tan desdeñado como dar dos o tres pasos. Un cuerpo frágil nos señala nuestra vulnerabilidad, a la vez que nos recuerda de la necesidad del poderoso sentido del apoyo, en este caso literalmente físico, entre seres.
En varias réplicas se menciona la etiqueta de #lagenteimportante como el apelativo de un enemigo plural e intangible que nos reúne a todas y todos cuantos asistimos a esta especie de pleonasmo de la preparación de un espectáculo. Si bien intuimos que todos los personajes hablan del autor en el desdoblamiento de sus propias inquietudes, se pronuncian varias frases monolíticas que quedan haciendo eco, como por ejemplo: “La verdad la quemaron” o “La sensación devoradora de no estar a la altura de tus propios sueños” o “Que el cuerpo descanse de la soledad”.
Al escribir sobre la obra pensaba en la adolescencia como un nodo, como el punto clave y origen de posibles ramificaciones; y de éstas, la indómita deriva, es lo que está en medio, en las pausas potenciales, en lo relevante del trayecto. Heroïnes o res vuelve trascendente al preámbulo, a aquello que está en camino, y nos aproxima al rito de la transformación, por tanto al fuego, a la estrategia colectiva y previa a la exposición: la explosión que sus protagonistas anhelan. Ofrece la necesaria mirada sobre el proceso, que germina la historia de un puñado de heroínas, incluidas todas las invisibles, a punto de ebullición.