El amor adulto
'Esmorza amb mi', lo nuevo de Iván Morales: espléndido texto, grandes interpretaciones
En la Beckett barcelonesa, lo nuevo de Iván Morales: Esmorza amb mi (Desayuna conmigo). Uno de sus mejores trabajos: bello, intenso, imprevisible, más Cassavetes que nunca. Dos hombres y dos mujeres luchando contra el desamor, aprendiendo a amarse a sí mismos para poder amar a los otros, y dejándose la piel en eso. Cuatro intérpretes en los que puedes confiar porque te lo dan todo desde el principio, cuatro grandes trabajos cosidos con alambre al rojo: Anna Alarcón, Mima Riera, Andrés Herrera y Xavi Sáez. La función acaba mañana, la he pillado por los pelos. Esta es una llamada para que gire por toda España, como giró Sé de un lugar, que bordaron Alarcón y Sáez en complicidad con Morales.
Hay historias con sobredosis de acontecimientos, como si el público fuera a aburrirse si cada cinco minutos no pasara algo nuevo y sorprendente. Y hay historias como Esmorza amb mi, donde el argumento es secundario: prestas atención a los personajes porque están construidos con vida, porque son contradictorios, porque la energía no deja de fluir, y no es tan importante lo que les acabe pasando, sino el mientras tanto, cómo se sorprenden ante sus propias reacciones, cómo les vemos cambiar, y les creemos porque lo que nos transmiten no son acontecimientos, sino sentimientos. Iván Morales ha aprendido su triple oficio (actuar, escribir y dirigir) mirando mucho y escuchando mucho. Agradecemos estar ante una obra adulta, en la que los personajes pueden echar toda la carne en el asador con sus diálogos, y redescubrimos la obviedad feroz de que a menudo hay una distancia abisal entre lo que se dice y lo que se hace. Y es muy difícil saber cuándo te la van a meter doblada, porque a veces ni ellos lo saben.
El escenario de Marc Salicrú, dispuesto en hemiciclo, hace pensar en la sala de autopsias de una Facultad de Medicina. Sergi (Xavi Sáez), fisioterapeuta, trata de devolverle la movilidad a Natalia (Anna Alarcón), paralizada de cintura para abajo por un accidente. Natalia es una cineasta que ha malvivido como camarera en un bar del Raval y quiere reemprender el rodaje de un documental con testimonios sobre el desamor, en la estela de Pasolini. Sergi tiene algo de visionario, radical y turbulento. “Los que controlan la voz no quieren que digas cosas de verdad. Por eso te lo pondrán muy chungo a la hora de hacer tu película”, le dice a la no menos apasionada Natalia. Y tiene razón: hay que oír a Anna Alarcón (enorme momento) contando en flashback todo lo que perderá si muere en el accidente. Sergi, que tiene a Confucio como norte, quiere irse a vivir a un valle con Carlota (Mima Riera), una escultora que se ha convertido en inesperada estrella cantando una canción para un anuncio. Natalia filma a Carlota, que está embarazada.
El monólogo de Mima Riera, digno de Jean Eustache, es de lo mejor, de lo más verdadero que he oído en teatro: altísimo voltaje. Una frase a retener: “El desamor es el estado natural de los esclavos”. Carlota quiere a Sergi y tiene un amante del que no está enamorada, pero al que “desea a kilos. Y que lo desee a kilos no significa que me importe”. Sergi no puede dormir porque sabe que Carlota desea a ese hombre. El problema no es pasar la noche juntos, sino, quizá, querer desayunar juntos, y lo que viene luego. Salva (Andrés Herrera) completa el cuarteto. No puedo resumir con pocas palabras a Sergi, a Natalia ni a Carlota, pero aún menos a Salva, músico (“La vida debería ser como una canción de Burt Bacharach”), incapacitado para amar (“Si lloro como cuando tenía 15 años, quiero atreverme a querer como entonces”), lúcido (“mi maldición es que convierto en éxito todo cuanto toco”) y cantamañanas. Más grandes momentos: el encuentro nocturno de Sergi y Salva, con Sáez y Herrera como versiones juveniles de Peter Falk y Ben Gazzara en un bar del Village. Subtextazo: hablan de la melodía perfecta, pero en realidad están hablando de otra cosa.
Hay siete escenas, perfectamente moduladas, de intensidad creciente. El ritmo, las sorpresas y el silencio final de la última son magistrales. Me vuelve el silencio (que abre y cierra la obra) y también la música. En Sé de un lugar sonaba la canción de Triana como talismán. Aquí resuena This Guy’s in Love with You, de Bacharach y David, que Salva venera en la voz de Sammy Davis Jr., y de la que canta pasajes estremecedores: pienso ahora que Andrés Herrera ya se marcaba un formidable fandango nocturno en L’alegria, de Marilia Samper, en la misma sala. La banda sonora de Esmorza amb mi, que combina a Ryan Paris con Las Grecas, a Mili Vanilli con Radiohead, a Grandmaster Flash con Maria Arnal y Marcel Bagés, subraya y refuerza el pasmoso juego de contrastes del texto.
La función me tuvo casi dos horas agarrado por el cuello. El 22 de noviembre comienza su gira por Cataluña en Olot. Y ojalá siga por España.